miércoles, 24 de febrero de 2016

Todos fuimos adolescentes ¿no?

Tener un hijo o una hija adolescente en casa puede llegar a resultar un auténtico reto, un ponerse a prueba la paciencia y los nervios, es poner a trabajar la capacidad de educar, la coherencia, entre otras muchas cosas.

No deseo a nadie verse en el trance de tener que lidiar con un, o una, adolescente y no contar con recursos personales suficientes para salir exitoso de dicha confrontación, discusión o, por decirlo suavemente, intercambio de pareceres.
Muchos conservan rasgos y comportamientos inmaduros e infantiles incluso. Ni nosotros somos ellos ni ellos nosotros, por mucho que se quieran medir adolescentes y adultos entre sí.
Pienso que el problema radica en un distinto concepto de la libertad, la responsabilidad, de lo que es sano y razonable de lo que no lo es. Las referencias, valores y modelos parecen hacer aguas en medio de una mentalidad común relativista, de la que participa más, o es más vulnerable, el adolescente o joven, donde todo vale o se lo lleva el viento.
Cuando no convencen del todo los valores “mamados” en casa durante, pongamos el caso, dieciocho años, el adolescente ha de salir a buscar los suyos, los que ocupe ese gran vacío, que antes no se había puesto tan en crisis. No sólo valores, sino también creencias y todo tipo de ideales.
Para descargo de la supuesta debilidad de nuestros ideales o valores, o de nuestra incoherencia y errores, está que a nuestros adolescentes hemos procurado que no les faltara de nada, que pidieran y no pararan de pedir, y estábamos allí para darles lo que necesitaban.
Hemos sido nutricios más que críticos, siempre que hubiera un mínimo de obediencia a las normas comunes de convivencia de la casa, pero cuando les ha importado más su libertad (sin límites aparentes o visibles por nosotros los padres) entonces hemos sido los primeros críticos, de los que han podido acabar hartos.
El recuerdo de nuestro pasado, según haya sido nuestra obediencia, resistencia a la norma (razonada o no), rebeldía,… puede en algún caso devolvernos algo de nuestra cordura o sensatez a la hora de afrontar con más calma un encuentro (o desencuentro) con hijos adolecentes.
Hay que considerar que para muchos de ellos llegar a los dieciocho años es alcanzar su sueño dorado de la independencia, pero en la realidad no es así, ¡qué más quisieran!. Salvo en muy contados casos ni siquiera se esfuerzan por aliviar un poco la economía familiar. Y ya ni hablar de la supuesta madurez mental correspondiente a la cronológica, como algo esperable.

¿De qué va esto?.

Porque se trata de convivir pacífica y familiarmente, de comprender -más que de  tener razón- unos u otros, quiero proponer tres claves:

PRIMERA:
Se trata de relativizar tanto por parte del educador (profesor, madre, padre,…) como del o de la adolescente. Relativizar en el buen sentido de no dar pie a discusiones innecesarias, por cualquier mínimo motivo provocando continuas alteraciones en el ánimo y en la convivencia.

SEGUNDA:
Tener paciencia. Escuchar y ver mucho, y sólo después juzgar y, por último actuar.

Y TERCERA:
Pensar -aunque a veces creamos que no sirve- que el ejemplo es el mejor maestro, que cunde y es efectivo. Es verdad que quizá no veamos el fruto ni a corto ni a medio plazo, pero lo importante es sembrar una semilla buena en cada momento. Es decir, esperar contra toda esperanza que la adolescencia ha de dejar paso a a la madurez, cuando toda la revolución hormonal y emocional alcance su equilibrio personal.

"Nadie se baña dos veces en el mismo río".

Eso dijo Heráclito. Ni la adolescencia nuestra y sus condicionantes familiares y sociales fue igual a la de nuestros hijos ni nuestros hijos han de regresar a etapas suyas anteriores en las que "todo era mucho más fácil", ni tampoco su misma adolescencia es exactamente la misma que la de sus iguales.
Aún recuerdo aquella ocasión -cuando contaba con aquellos preciosos 17 años- en que un profesor nos preguntó en un trabajo: "¿Cuáles son los problemas con que se encuentran los adolescentes?".
No sabía cómo contestar aquello porque no sabía "a qué problemas se refería el profesor" aunque sí había oído con frecuencia las quejas de mis compañeros de clase respecto a sus padres y demás, así que finalmente contesté:
"Se dice que en la adolescencia todo cambia, que nos transformamos radicalmente, que no hay entendimiento con los padres, que los adolescentes buscamos otros valores que los padres no comprenden, que no tenemos libertad y los adultos nos ponen pegas para todo, no nos sentimos felices; estamos insatisfechos, porque la sociedad actual no nos convence y vemos que nadie hace nada por cambiar,...
Pero lo que he vivido hasta ahora es que mis padres se han matado por sacar a sus hijos adelante con muchas penalidades, incluso han tenido que abandonar la casa en la que nos criamos todos; abandonaron sus tierras y las malvendieron para poder al menos pagar una entrada para la nueva vivienda lejos de nuestra tierra natal; desde niños ayudábamos todo lo que podíamos y cuando nos mandaban alguna cosa siempre supimos que era para bien de todos, no sólo para bien nuestro o sólo de ellos así que era un absurdo discutir nada.
Y así hasta hoy mismo. Siempre he sabido que mis padres me quieren aunque no me lo digan con regalos ni caprichos: veo cómo se sacrifican privándose ellos de muchas cosas buenas que otros padres sí aprovechan porque tienen dinero para eso y para más, así que en lugar de quejarme por lo que supuestamente me falta lo que trato de hacer es seguir ayudando, trabajando en mis estudios lo más que puedo igual que cuando estoy en casa colaborar en sus tareas en lo que me es posible,... así que yo me pregunto: ¿de qué "problemas" estamos hablando?.
Me parece a mí que la razón por la que algunos sólo ven problemas por todas partes es porque no saben qué hacer con su tiempo ni saben para qué hacen lo que hacen ni quieren entender lo que los demás están haciendo. Así que, para mí, la adolescencia no es ningún problema".
El profesor, para mi sorpresa, pasó a máquina mi escrito, lo multicopió y lo entregó a toda la clase (a mí también me dio una copia para que pasara desapercibida su autoría) y lo comentamos. Hubo reacciones para todos los gustos desde los que afirmaban que aquello era pura invención del profesor hasta los que decían -los menos- tener casi la misma experiencia y que comprendían perfectamente los planteamientos del mensaje.


CONCLUSIONES:
  1. No confundamos nunca nuestra lógica con la de nuestros hijos, así que no esperemos que nos comprendan a la primera de cambio; por eso es tan importante la constante comunicación padres-hijos. Del mismo modo, tratemos de comprender que la revolución hormonal que ellos están experimentando con no poca frecuencia les supera, les puede.
  2. Centrémonos en lo importante, en lo que es esencial en nuestras relaciones. Por eso nos decían antes que teníamos que "relativizar" las cosas. Como dice la sabiduría popular: "Vale más tener paz que tener razón".
  3. Tengamos paciencia, toda la del mundo, como cuando nuestros hijos eran unos bebés y les enseñábamos a dar los primeros pasos: nos agachábamos y nos movíamos a su ritmo mientras ellos con sus manos enteras apenas nos agarraban un par de dedos. Les acompañábamos... igual que ahora hay otro tipo de acompañamiento.
  4. Seamos coherentes, que haya unidad entre lo que sentimos, pensamos, hablamos y hacemos. No hay lección más fácil de aprender ni que sea más eficaz que ésta. Recuerden: "Muy probablemente nuestros hijos no harán lo que les decimos pero con gran probabilidad harán lo que nos vean hacer".
  5. Mantengamos siempre la calma. Evitemos entrar al trapo cuando con habilidad nos reten y traten de poner a prueba, aunque sea inconscientemente, nuestro autocontrol e integridad. Si hay que contar hasta mil... contamos hasta mil, y si hay que salir un rato de casa a estirar las piernas o irnos a otra habitación a respirar, resoplar o lo que creamos conveniente... hagámoslo.
  6. Y siempre y en todo... AMOR. Que esta actitud y sentimiento amalgame todo nuestro proceder con ellos; que sea como la masa que sujeta todas las piedras de un muro y suavice todos los escollos (tiempo real y de calidad, gestos afectuosos, actividades y momentos compartidos, etc... todo eso es amor demostrado).
PARA AMPLIAR, CONTRASTAR O PROFUNDIZAR:

PARA LA REFLEXIÓN EN FAMILIA:
  • ¿Qué resumen o síntesis haríamos de lo expuesto, tanto en la entrada en sí como de los enlaces propuestos para "ampliar, contrastar o profundizar"?.
  • ¿Añadiríamos algunas otras claves no contempladas en este artículo?, ¿cuáles?.
  • ¿Cómo es o ha sido nuestra experiencia al respecto?; ¿qué nos ha ayudado especialmente hasta ahora a lograr una buena relación con nuestros hijos?, ¿qué nos ha dificultado más?, ¿cómo hemos hecho para enmendar con eficacia nuestros errores?.
  • ¿Qué diríamos a aquellos padres/madres que creen que sus canales de comunicación con sus hijos adolescentes se han roto?, ¿qué les diríamos para que ese mensaje les ayude?.

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